Aunque es difícil de creer, un nuevo día nos recibe en Turkmenistán. El Hotel Mary, donde hemos dormido tras un primer día muy intenso visitando Merv, ofrece un desayuno… digamos… especial. Se ve que han intentado imitar los estándares europeos en cuanto a la comida más importante del día, pero sin mucho éxito. Café soluble, huevos duros, pan de antes de ayer, pastas de roca volcánica y embutidos de aspecto… sospechoso. Pese al lujo absurdo de todos los hoteles en los que nos alojamos, el desayuno es un campo de amplia mejora para todos ellos.
Nuestro conductor y nuestro guía nos recogen en la recepción y ponemos rumbo hacia Ashgabat. La ruta es larga y anodina, atravesando nuevamente paisajes desérticos. Lo único que ameniza un poco el trayecto son las impresionantes montañas de la cordillera Kopet-Dag que hacen de frontera natural entre Turkmenistán e Irán.

A lo largo del camino paramos en un par de bares muy muy locales en los que probamos el té típico turkmeno junto con unas deliciosas empanadillas de carne recién hechas. Como no hemos desayunado mucho, nos saben a gloria. Huelga decir que atraemos absolutamente todas las miradas de los parroquianos del lugar.
Ruinas de Abiverd
Unos 100 km antes de llegar a Ashgabat, a pie de carretera, nos encontramos con las impresionantes ruinas de la fortaleza de Abiverd. Este complejo es también conocido como “Peshtak” (palabra local para “portal”) en honor de las puertas, ahora desaparecidas, de la ciudad. Abiverd fue uno de los centros neurálgicos del Khurasan del Norte.

La ciudad era un enclave fértil, famosa por su mercado y su mezquita. Las inexpugnables murallas protegían a los habitantes de ataques nómadas. Las construcciones más antiguas datan del siglo X aunque se cree que la zona estaba ya habitada en el siglo V. Por increíble que parezca, lleva abandonado más de 300 años.


¿Os imagináis visitar un sitio así sin absolutamente NADIE alrededor? Perdemos la noción del tiempo curioseando entre los restos de las murallas, adentrándonos en las viviendas, algunas reconstruidas en adobe y otras simplemente en ruinas. Entre sus paredes, restos de cerámica y de ladrillos de la época, ahí tirados… sin más. ¿No debería haber un museo que recuperara todos estos restos y pusiera un poco de orden? De verdad que no nos lo creemos…

Mezquita de Anau
Anau es una ciudad cercana a Ashgabat, cuyos orígenes se remontan a más de 7000 años de antigüedad. Las excavaciones arqueológicas en la zona comenzaron en los 70, por parte de unos soviéticos que descubrieron que las ruinas identificaban una serie de asentamientos en un territorio de 160 km a la redonda. La mezquita de Sheikh Jemaliddin fue construida en el siglo XV, pero el terremoto de Ashgabat de 1948 la arruinó. Hoy en día, tan solo quedan unas pocas piezas restauradas. Aquí se encuentra la tumba de Sheikh Jemaliddin. Se trata de un lugar de peregrinaje religioso muy importante para los turkmenos.




Y por fin… ¡Ashgabat!
Increíble. Sin palabras. Bizarro. ¿Por qué alguien haría algo así?
Todas estas palabras y sentimientos se agolpan en nuestra mente, mientras ante nuestros ojos se empiezan a dibujar los primeros edificios de Ashgabat en el horizonte. Un sinsentido de enormes edificios blancos, muy espaciados entre sí y distribuidos en inmensas avenidas nos dan la bienvenida a la que probablemente sea la ciudad más extravagante del mundo.

Ashgabat es conocida como la “Perla de Asia Central” por su gran cantidad de construcciones en mármol blanco. De hecho, ostenta el récord Guinness por la mayor concentración de este tipo de edificios en el mundo. Los viejos edificios se han pintado de blanco y los nuevos se construyeron con mármol importado.

Pero, ¡ojo! También ostenta el récord Guiness por tener el mástil de bandera más alto del mundo (133 m.) y por tener la noria cubierta más grande del mundo (también acabada en mármol). Se trata de una ciudad moderna, sin historia, sin apenas gente por las calles.

Nos alojamos en el Gran Hotel Turkmen, muy similar en estilo y prestaciones al Hotel Mary.

Es hora de comer, así que nos dirigimos a un pub local donde sirven hamburguesas y cerveza local llamado “Zip”. Tenemos el resto de la tarde libre, así que vamos a aventurarnos a descubrir la ciudad por nuestra cuenta. El guía nos da unas breves indicaciones sobre qué hacer y qué evitar hacer en esta ciudad. Lo más destacado, no hacer fotos al recinto del Palacio Presidencial (pese a que el presidente no se aloja aquí…) ni a los edificios del gobierno. Siendo todo igual de ostentoso, nos cuesta diferenciar entre edificios gubernamentales y simples “bibliotecas” así que nos decantamos por no fotografiar todo aquello que esté custodiado por varios militares. Ya se encargan ellos de gritarte, aunque vayas por la acera contraria, que “NO PICTURE!!”.






Durante nuestro paseo se avecina una tormenta de arena, el cielo se tiñe de amarillo y comienza a soplar un viento estremecedor. Esto, sumado al hecho de que casi no hay nadie por la calle, le da un toque apocalíptico muy particular a nuestra visita. Nos perdemos por las calles de Ashgabat y alucinamos con la grandiosidad de las rotondas, de las fuentes y de los parques. Todo se ha convertido en monumento.



Pasamos por el Palacio Presidencial, del que solo se aprecian unas cúpulas doradas entre la frondosa vegetación. Acabamos la tarde en el parque repleto de fuentes que hay al lado del Palacio Presidencial. Una gran estatua de oro de Turkmenbashy (de las muchas de este tipo que hay repartidas en la ciudad del primer presidente del país) corona su parte más alta. Es un lugar estupendo para ver cómo atardece en Ashgabat.






Por hoy es suficiente. Mañana seguiremos descubriendo esta inquietante ciudad.
